Crónica de Ceremonia de aniversario de apertura del templo 长春观 chǎngchūn guān: templo de la eterna primavera de México

Bajo la luz clara de una mañana de otoño, 长春观 cháng chūn guān: templo de la eterna primavera en México se vistió de solemnidad y alegría. Ese día, 29 de octubre, a las once y media de la mañana, comenzó a latir el corazón del templo con un ritmo ancestral.

El compás sereno de los instrumentos tradicionales marcó el paso de una procesión que partió del templo hacia 客堂 kètáng: salón de los asuntos, un espacio donde lo divino y lo humano se encuentran. Dirigiendo la comitiva, 邱荣道 qiū róng dào: Patrick Louchouarn, (监员 jiān yuán: director del templo) caminaba con paso reverente, junto con los 执事 zhí shì: funcionarios del templo. Su misión era tan honorable como antigua: invitar personalmente a 邱景威方丈 qiū jǐng wēi fāng zhàng, Hervé Louchouarn a presidir la ceremonia que conmemoraba el aniversario de la apertura de este sagrado recinto.

El compás de la música, armonizado con el pulso del universo, regulaba el paso de la comitiva de regreso al templo principal. Entonces, 邱景威方丈 qiū jǐng wēi fāng zhàng, Hervé Louchouarn vestido con sus hábitos ceremoniales, inició el ritual. Junto a él, los 高功 gāo gōng: maestro de rituales, elevaron palabras de agradecimiento por los años de luz del templo. En un momento de gran expectación, se anunció que, tras esta plegaria colectiva, se procedería a un 开光 kāi guāng: apertura de la luz, una ceremonia para consagrar y vivificar altares personales.

Fue entonces cuando se alzaron, majestuosas, las banderas sagradas ( 幡 fān) del templo. Estos estandartes verticales, con sus picos, comenzaron a ondular suavemente con la brisa. No son simples telas; son mensajeras. Su función es sutil y profunda: comunicarse con las Deidades, llevar las plegarias desde el mundo terrenal hacia el reino de lo divino. Al verlas danzar, se entendía que el templo estaba respirando al ritmo del cosmos.

Bajo la protección de estas 幡 fān: banderas, las oraciones se elevaron pidiendo buena fortuna, prosperidad y paz para el templo y para todos los devotos que, con fe, llenaban el espacio.

Llegó el momento más íntimo y mágico: la ceremonia de 开光 kāi guāng: apertura de la luz. Con gestos precisos y cánticos sagrados, 邱景威方丈 qiū jǐng wēi fāng zhàng, Hervé Louchouarn procedio a abrir los ojos (点眼 diǎnyǎn: apertura de los ojos) de las imágenes de los diferentes discípulos destinados a sus altares propios. Este acto no es solo una bendición; es un despertar espiritual. Es el instante en que la representación física deja de ser un objeto y se convierte en un receptáculo de lo sagrado, un vínculo para que las familias puedan conectar con la divinidad en sus propios hogares.

Al concluir la ceremonia, 邱景威方丈 qiū jǐng wēi fāng zhàng: Hervé Louchouarn emprendió su salida, seguido por la estela silenciosa de sus discípulos y el último eco de la música. No se llevaron el silencio, sino que lo transformaron. El ambiente que quedó flotando en el aire no era vacío, sino pleno: una tranquilidad y una paz profundas que se posaron sobre los presentes, como un suave manto, sellando un día en el que el Templo de la Eterna Primavera de México renovó su voto de fe y armonía con el universo.